domingo, 1 de julio de 2007

"La ley y las armas" Capítulo IX

El diputado
“¡Sí, juro! y la sangre derramada no será negociada.” Los aplausos, vivas y algunos chiflidos fueron cayendo desde los palcos del recinto de sesiones. Ortega Peña se veía enjuto en su traje gris claro, aunque ya pisaba los cien kilos. Leonardo Bettanín juró por “Evita y los caídos por la liberación”. Un radical le gritó que no era un juramento reglamentario. No eran diputados bienvenidos, ni tampoco del montón. Eran el reemplazo del “Grupo de los Ocho”, los legisladores de la Juventud Peronista que habían renunciado por las reformas al Código Penal que propició Perón.
El suceso tuvo un cronista que el tiempo revelaría genial: Osvaldo Soriano, por aquella época periodista de inspiración arltiana en La Opinión. La nota fue tapa de la edición del jueves 14 de marzo de 1974, con el título “Ortega Peña anunció que no integrará el bloque de diputados del Frejuli”. El texto se iniciaba con una licencia literaria que sólo un editor como Timerman podía permitirle a un escritor como Soriano.
“Al caer la tarde de ayer, las calles que rodean el edificio del Congreso nacional estaban cercadas de policías. Los vigilantes empuñaban lanzagases y algunos piropeaban a las muchachas que pasaban, indiferentes, por las veredas. Eran las siete y media de la tarde; hombres y mujeres bajaban y subían a los colectivos repletos. Las chicas no contestaban a los piropos de los vigilantes; sabían que era inútil, pues el infortunado señor no podría abandonar su puesto para acompañarlas hasta algún discreto banco de plaza.”
El autor de No habrá más penas ni olvido -tal vez la obra que mejor refleja el drama peronista- sigue ocupándose de las “muchachas de minifalda” en el segundo párrafo y recién en el tercero se mete con el tema que lo ocupa, la asunción de los diputados. Cuenta entonces que se cruza con Bettanín y Miguel Zavala y que éstos le refieren que participaron de la reunión de bloque del Frejuli, por invitación de su presidente, Ferdinando Pedrini.
“¿Los trató de compañeros?”, pregunta Soriano. “Sí, nos trató de compañeros”, responden los flamantes legisladores de la JP.
“Hubiera resultado absurdo hacerle la misma pregunta a Rodolfo Ortega Peña, el único hombre del Peronismo de Base que iba a jurar como diputado. El director interino de la revista Militancia estaba acompañado del doctor Eduardo Duhalde y de algunos colaboradores de la revista. Vestía traje gris y por su rostro corrían unas gotas de transpiración. Estaba un poco nervioso. ‘Al final voy a emitir una declaración’, dijo.”
El vicepresidente segundo de la Cámara, el democristiano Salvador Busacca, tomó los juramentos a los ocho diputados que se incorporaban. El eje político estaba puesto en la actitud que fuera a asumir Ortega Peña frente al oficialismo.
Soriano reflejó así el momento de la jura: “En verdad, la sala esperaba ver la barba de Ortega Peña.
Alto, de calva impecable, anteojos gruesos, se detuvo ante la Biblia, la miró y dejó los brazos caídos: ¡Sí juro! -gritó-, hizo una pausa casi imperceptible y agregó: Y ‘la sangre derramada no será negociada’.”
Al joven cronista de 31 años le llamó la atención que el flamante legislador cruzara un “tímido abrazo” con el diputado conservador -“ortodoxo” lo calificó- Eduardo Isidro Farías. Tanto le llamó la atención, que le pidió una explicación a Ortega Peña. “Disentimos -aclaró el hombre alto de calva impecable-, pero somos amigos.”
“Ortega Peña salió y fue en busca de los periodistas.
Frente a las cámaras de televisión leyó un comunicado: ‘Deseo poner en conocimiento del pueblo de mi patria la firme decisión de guiarme en la labor parlamentaria por la consigna la sangre derramada no será negociada y por el cumplimiento del que fuera programa votado por el pueblo. Esa decisión que como militante peronista asumo, me lleva a no poder integrarme en el bloque del Frejuli, convencido de que dicha estructura en la actualidad impide totalmente [...] la asunción de aquella consigna’.
”El cronista de La Opinión le preguntó sobre la posibilidad de llevar adelante su cometido en el Congreso: ‘Aun dentro de un recinto burgués hay margen’, dijo. Luego, agregó: ‘No, no sentiré la soledad: nada hay ahora más solo que este Parlamento. A mí me acompaña el pueblo que votó por la liberación’. Confundido por el bullicio, extraño aún en ese lugar, salió al pasillo. Tantos reflectores lo habían turbado un poco.”

La Tendencia
El desembarco de Ortega Peña en el Congreso fue la consecuencia indeseada del largo proceso político que distanció a Perón de su “juventud maravillosa”. Esa juventud que había tomado el relevo de los viejos cuadros peronistas y llevado la Resistencia a su máxima expresión. Perón no “coqueteó” con las agrupaciones juveniles, sino que basó gran parte de la estrategia para su retorno en la acción armada y política de las organizaciones FAR, FAP y Montoneros.
En 1972 y ante la mirada atónita de la vieja guardia, Perón ungió secretario general del PJ a Juan Manuel Abal Medina, de 27 años. No había tenido militancia peronista hasta ese momento, pero era el hermano de Fernando, uno de los fundadores de Montoneros. “¡Abal Medina, la sangre de tu hermano es fusil en la Argentina!”, le cantaban en los actos.
Rodolfo Galimberti tuvo la bendición del líder para organizar la JP, hasta el momento en que se le ocurrió decir que el futuro gobierno crearía milicias populares.
La campaña electoral del Frejuli vio conformarse a la Tendencia Revolucionaria del peronismo, a partir del creciente acuerdo entre FAR y Montoneros, que culminaría en su fusión en octubre de 1973, con el nombre de esta última organización. La “Tendencia” -como se la llamaba habitualmente- reuniría, bajo la conducción montonera unificada, a la JP de las Regionales, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), la Juventud Universitaria Peronista (JUP), la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), el Movimiento Villero Peronista y la Agrupación Evita. Los jóvenes militantes de la Tendencia hicieron suya la candidatura del “Tío” Cámpora y llenaron los actos de la campaña, mientras la dirigencia tradicional justicialista se mostraba más bien fría. La JP vivió su momento dorado en esos primeros meses de 1973, hasta que Perón regresó en junio, se recostó en su ministro López Rega y en el sindicalismo “ortodoxo” y ahogó toda pretensión de poder de los emergentes juveniles.
Pero, cuando se produjo el triunfo electoral del 11 de marzo, todo sugería que el retorno del peronismo al gobierno abriría un proceso análogo al iniciado en 1946, con la primera presidencia, en cuanto a su potencia transformadora. Ortega Peña y Duhalde habían entendido que la etapa cambiaba y que ahora se trataba de construir, y ya no de destruir. Los dos siempre tuvieron una fabulosa capacidad de adaptación al marco histórico-político.
En la Cámara de Diputados, Ortega Peña debió actuar como un “francotirador”, desde su unipersonal Bloque de Base. (Foto del archivo personal de Mariana Ortega Gómez.) De la etapa que moría restaba definir, en el seno de la Tendencia, qué se hacía con los presos políticos. La liberación no se discutía. El tema era cuál opción elegir: ¿indulto o amnistía?
El indulto implicaba el perdón a los delitos cometidos; la amnistía, el desconocimiento del hecho delictivo. El indulto se lograba con un simple decreto del Poder Ejecutivo, la amnistía debía obtener la aprobación del Congreso. La Asociación Gremial de Abogados abre el debate en la sede de Suipacha y allí se analizan beneficios y perjuicios de las opciones. Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Alicia Pierini, Mario Kestelboim, Mario Hernández, Roberto Sinigaglia y otros veinte afiliados discuten las alternativas. Si bien la amnistía era a todas luces lo justo para los presos de la Resistencia, se decide recurrir a la vía pragmática. Por consenso, se define apoyar el indulto.
“Fue una pelea durísima, el debate era entre la línea Ortega Peña, que sostenía indulto ya y ni un solo día del gobierno popular con presos políticos, y nosotros que decíamos que se comprometan las fuerzas políticas porque esta fue una lucha del pueblo y los representantes tienen que amnistiar”, detalla Pierini.
La disputa ideológica era central. “Para nosotros, no había delito sino hechos revolucionarios. Estábamos por la amnistía para que se comprometiera el Congreso, aunque hubiera que esperar quince días más”, fundamenta la abogada.
En cambio, contrapone, “Ortega y Duhalde miraban la coyuntura de la libertad de ese mismo día. Al final se indultó y, diez días más tarde, se amnistió”. Mientras algunos letrados fueron a las cárceles a liberar a los presos, otros trabajaron con los asesores de Cámpora en la redacción de los indultos y en los proyectos de ley de amnistía. “Al final, todos ganamos”, festeja Pierini.
Ortega Peña, no obstante, convocó a las organizaciones a una reunión en su casa de Libertad 1126. En ella insistió con la consigna “ni un solo día de gobierno peronista con presos políticos”, que rápidamente prendió entre los no peronistas, y no tanto entre los peronistas, que sentían las presiones del futuro gobierno en carne propia.
Días después, Marcos Osatinsky y Roberto Quieto, en representación de las FAR y Montoneros, convocaron a Ortega y Duhalde para discutir las alternativas para los presos políticos.
-No pueden apretar a Perón -descerrajó Osatinsky.
-Lo que están haciendo es un apriete al gobierno popular -acompañó Quieto.
-¡Pero qué nos están diciendo! ¡Nosotros apretar a Perón! Ustedes se confunden...
-No nos confundimos nada. Tienen que dejarse de joder. Ya arreglamos con Cámpora para que haya una liberación escalonada...
La discusión se volvió más agria. Los jefes guerrilleros querían un compromiso de silencio y aceptación de los tiempos de la “primavera camporista”. Ortega y Duhalde insistían en que liberar a los presos era “un deber y no un problema”. La reunión terminó secamente, casi sin despedida.
Ortega Peña estaba indignado. Después del encuentro con las organizaciones que dirigían la Tendencia, discutió largamente qué posición tomar y qué hacer. Era evidente que las FAR y Montoneros estaban dejando sin representación a una gran porción de la militancia, que quería ver a los presos políticos libres y reivindicados por el aparato del Estado. Ese día, entre el 11 de marzo y el 25 de mayo de 1973, surgió la idea de crear la revista Militancia peronista para la liberación como herramienta política de debate.

El gobierno popular
Cuando asumió Cámpora, el 25 de mayo de 1973, la mayoría de las organizaciones guerrilleras decidió dejar las acciones armadas, para sostener al “gobierno popular”. La excepción fue el ERP, que, sin embargo, evitó realizar operativos y hasta ofreció una tregua al nuevo presidente. Para los peronistas, el “Luche y vuelve” se había alcanzado en plenitud y era el momento de ocupar espacios en la estructura del nuevo gobierno.
Ortega Peña y Duhalde dejan de defender presos y proyectan su energía en la actividad política más estricta. “Nosotros no estábamos de acuerdo en seguir operando después del 25 de mayo”, recalca Duhalde. “De hecho, no defendimos a ningún guerrillero ni a nadie que hubiera actuado en operaciones guerrilleras después del 25 de mayo. Nuestra propia actividad estaba orientada hacia otra cosa, hacia la política, habíamos cerrado un poco nuestra etapa de defensores de presos políticos. Pero también creíamos que la situación había cambiado y que era una locura operar en ese momento.”
Según recuerda el entorno de amigos y familiares, Ortega Peña sonó como posible ministro de Trabajo y Duhalde, como titular de Justicia, en el interregno camporista. Algunos señalan incluso que los nombres de ambos fueron elevados por la Asociación Gremial de Abogados a Cámpora. Estrategias y ambiciones aparte, en la cartera laboral terminó asumiendo Ricardo “Cotorra” Otero, hombre de la Unión Obrera Metalúrgica, y en Justicia, Antonio J. Benítez, un peronista clásico.
La recompensa por los años de lucha llegaría por la vía docente, con la asunción del historiador Rodolfo Puiggrós como rector de la Universidad de Buenos Aires, ungido por Perón.
El ministro de Educación de Cámpora, Jorge Taiana, contó que el veterano historiador había dejado impresionado al General con una impecable descripción geopolítica de China, en una de las largas tardes de audiencia en Puerta de Hierro.
Taiana asegura que la de Puiggrós fue la única designación que Perón le pidió a Cámpora.
Apenas enterados de la novedad, Ortega Peña y Duhalde llamaron a Puiggrós. Duhalde marcó el número del historiador.
-Rodolfo, queríamos felicitarlo por el nombramiento y ofrecerle todo el apoyo que necesite en la gestión...
-Bueno, les agradezco y por supuesto los tengo en cuenta...
-En este sentido nos gustaría poder sugerirle algún nombre de la Gremial para la Facultad de Derecho.
-De acuerdo, pero esta misma noche me tiene que acercar el candidato...
-Despreocúpese...
La Juventud Universitaria Peronista candidateó para el cargo a María Stella Bioca, docente de Derecho Internacional, de centroizquierda. El ministro Taiana propuso a Emilio Passini Costadoat, el apoderado del PJ Capital y miembro de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, que agrupaba a los letrados de clase media. Pero quien logró mayor apoyo fue Mario Jaime Kestelboim. A su adhesión peronista y su participación como abogado de la CGT de los Argentinos y de la Asociación Gremial, sumaba su condición de docente de la facultad. Desde 1959 era ayudante de primera en la cátedra de Obligaciones (Derecho Civil II) de Luis María Boffi Boggero, autor de las cuatro mil quinientas páginas de un tratado sobre la materia. Además, tenía a favor su cercanía con el entorno personal de Puiggrós. La noche de su nombramiento al frente de la UBA, el historiador organizó un festejo al que, entre otros, acudió Alberto Mayansky, antiguo socio de Ortega Peña y amigo de Adriana Puiggrós. “Beto” Mayanksy no dio muchas vueltas y le propuso al flamante rector el nombre de Kestelboim. Su designación como “decano normalizador” de la Facultad de Derecho se concretó el 1º de junio de 1973. Al mismo tiempo, Duhalde fue nombrado director general de Asuntos Jurídicos, y Ortega Peña, interventor en el Instituto de Historia del Derecho y director del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras.

La universidad
Puiggrós encaró la conducción de la universidad con un sentido progresista y poco especulativo. Una de sus primeras medidas administrativas fue rescindir el convenio con la Fundación Ford. Los planes de estudio fueron revisados y reelaborados bajo nuevos criterios. Los docentes separados por razones políticas volvieron a las facultades y se liberó el ingreso a una nueva generación de profesores. Planeando en estos nuevos vientos que soplaban en la UBA, Ortega Peña comenzó a dictar Historia del Derecho Argentino y Duhalde, Introducción al Derecho. La consigna por entonces era crear una “universidad abierta al pueblo y al servicio de la liberación”.
“Usaban las cátedras políticamente, sobre todo Rodolfo, que enjuicia en clase a figuras históricas con fiscalía y defensa”, rememora Kestelboim. Las clases de Ortega Peña eran intensas y muy ideologizadas. Los recuerdos de sus alumnos son de homenaje para un profesor de gran lucidez, ingenio mordaz y compromiso innegable con sus ideas.
La línea pedagógica que pusieron en juego renegaba del canon de autores oficiales, de las instancias de examen (los finales eran una suerte de coloquio entre varios alumnos y el docente) y a todo daba un sesgo de lucha anticolonial. La Universidad de Buenos Aires fue rebautizada como “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires”. La experiencia se encuadró dentro de lo que fueron las “cátedras nacionales” que propiciaron Puiggrós y su equipo.
La socióloga Alcira Argumedo, partícipe de aquella experiencia, recuerda que “las cátedras nacionales fueron un fenómeno que procuraba incorporar en el ámbito de las ciencias sociales ideas que eran consideradas bastardas, secundarias o no registrables, que venían del pensamiento latinoamericano o nacional. Esto era imponer como bibliografía obligatoria Jauretche, Ortega Peña y Duhalde, Scalabrini Ortiz y hasta al propio Perón. Todo esto era un escándalo; entonces, en general, lo que tratábamos de hacer era que en las clases teóricas se dieran bloques del pensamiento dominante o pensamiento burgués, otro gran bloque de análisis del marxismo, Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci y Mao Tse-tung, y luego este pensamiento latinoamericanonacional, que si bien no tenía una fundamentación rigurosa en la forma en que se manifiesta el pensamiento académico, tenía un potencial transformador infinitamente más contundente”.
“Teníamos el desafío de buscar el potencial teórico en ese pensamiento y al mismo tiempo teníamos la posibilidad de demostrar que el pensamiento supuestamente científico y avalorativo estaba imbricado con la situación política y que apostaba a determinados sujetos históricos”, juzga la pensadora, que dedicó su carrera al campo social en Latinoamérica.

Una salida traumática
Los proyectos renovadores de la nueva gestión chocaron bien pronto con la resistencia de grupos de derecha, nacionalistas y antiperonistas. Uno de esos grupos, la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), en octubre de 1973 convocó a un acto en la Facultad de Derecho, que con rapidez degeneró en un repudio físico a las autoridades académicas.
Kestelboim, Mario Hernández y Ortega Peña tuvieron que atrincherarse en las oficinas del decanato para evitar una paliza segura.
“Fue una transgresión muy grande poner a Kestelboim.
Era un joven en una facultad de viejos, un peronista en una facultad de gorilas y un judío en una facultad de fascistas”, define Osvaldo Nemirovsci, quien por esos años era un joven militante de la JP de Derecho. De aquellos días, hay un dato que no se borra de su memoria. Le sirve para describir cuál era el territorio que estaban invadiendo los abogados de presos políticos: “En el Salón de Profesores había unos imponentes sillones de cuero negro, donde los docentes se sentaban a tomar whisky”.
La turbulencia de la nueva gestión disgustaba al ministro Taiana, más afecto que Puiggrós al acuerdo y las medidas paulatinas. “Para disminuir la tensión universitaria y buscar nuevas circunstancias de coincidencias lo llamé [a Puiggrós] y le solicité su renuncia. De un modo intempestivo estimó que yo no tenía autoridad para requerirle semejante despropósito, dado que su nombramiento había sido otorgado por el mismo Perón”, recordó en sus memorias.
Taiana no lo quería a Puiggrós y tampoco a Ortega Peña ni a Duhalde. El secretario académico de la UBA, el radical Jorge Vanossi (años más tarde, ministro de Justicia del gobierno trunco de Fernando de la Rúa), logró que Duhalde fuese separado de la dirección de Asuntos Jurídicos. Según Kestelboim, la decisión se tomó para “descomprimir la presión” que bajaba vía Vanossi desde el Ministerio de Educación.
El 16 de julio de 1973, Puiggrós mantiene una entrevista con Perón y discuten la situación universitaria. Perón ya no se muestra deslumbrado por el talento expositivo del historiador.
El rector despliega sus razones y proyectos, pero el viejo líder ya tiene el pulgar hacia abajo. Puiggrós tira su renuncia sobre la mesa y Perón la acepta.
La debilidad de la gestión en Derecho se agudiza, pero no están dispuestos a ceder ante la “derecha”. En septiembre movilizan a unos mil estudiantes a la casa de Taiana para protestar por el giro conservador en la conducción de la UBA.
El intento no causa el efecto deseado. Los estudiantes se desmovilizan y los abogados quedan aún más débiles.
Pese al escenario adverso, Ortega Peña no perdía el humor ni las salidas audaces. Según recuerda el hermano menor de Duhalde, Marcelo, en una discusión durísima con una abogada, Rodolfo dijo, meneando la cabeza con voz cansina: “Querida, querida, hay que coger un poco más...”.
El Ministerio de Educación pretendía que a Ortega Peña y a Duhalde se les aplicase la Ley de Prescindibilidad, una norma sancionada por el Congreso en 1973 para depurar la administración pública de funcionarios nombrados por favoritismo durante los gobiernos inconstitucionales. Kestelboim se negó a hacerlo. No era un buen final para el esfuerzo y el compromiso de sus colegas y amigos. La presión oficial sobre el frente revolucionario en Derecho se recargaba. Kestelboim acordó con Taiana que no renovaría los cargos docentes de Ortega Peña y Duhalde, que vencían a fin de año.
“Por supuesto que estaban disgustados con la decisión pero igual armaron proyectos de actividades en la facultad”, evoca el ex decano normalizador. “Carlos María Duhalde renuncia como secretario administrativo en solidaridad con ellos y también renuncia Mario Hernández como secretario académico, pero se queda como profesor asociado en la cátedra de Teoría del Estado de Oscar ‘el Nene’ Moreno.”
El acuerdo para no aplicar la Ley de Prescindibilidad no fue simple. Durante esa disputa Kestelboim no dudó en calificar de “jurídicamente ilegal” la utilización de la norma sin su consentimiento. La ley establecía que debía implementarse a pedido del interventor que, en este caso, era él. Además, una asamblea de docentes y estudiantes lo respaldó ante Taiana.
Finalmente los contratos cayeron y Ortega Peña y Duhalde quedaron fuera de la facultad. Eso no impidió que el 21 de diciembre de 1973 se presentaran a tomar exámenes en la cátedra de Rodolfo, Historia del Derecho Argentino. El aula estaba colmada. Antes de comenzar con la tarea, el Pelado improvisó un discurso. Era su interpretación política del momento. Señaló que ingresó a la “Universidad Nacional y Popular con la consigna de que la sangre derramada no habría de ser negociada”.
“En el campo específico al cual íbamos a aportar, ello significaba contribuir a enseñar verdaderamente historia, abandonar esa historia cristalizada, procolonial y al servicio de una mentalidad de dominación para tratar de transmitir conocimientos de los cuales surgieran abogados al servicio del pueblo”, afirmó.
Reconoció “el apoyo de los estudiantes organizados y de la intervención del compañero Kestelboim, que supo dirigir toda esta etapa con claridad, con conciencia nacional y vocación revolucionaria”. Agradeció a los docentes y se lanzó de lleno contra el proyecto que, para él, encarnaba Taiana.
Señaló que no los echaban por su actividad docente sino por el filo que tenían las páginas de Militancia. “Es ella la que perturba y no Ortega Peña y Duhalde. Sin embargo, el ministro de Educación dijo ayer que Duhalde y Ortega somos escollos, piedras o arrecifes en una corriente que no vacilamos en calificar de continuista, en tanto se pretende caracterizarnos como opuestos a la misma. Si somos arrecifes, escollos y piedras, lo somos porque, lo repito, hemos asumido la bandera de los combatientes muertos, que no han muerto en vano y cuya sangre debe hoy ser alimento de esta universidad popular, de esta universidad de la cual el continuismo debe ser definitivamente desterrado”, enfatizó.
Después explicó escuetamente que la conflictiva ley había sido creada “con la pretensión de desterrar a los funcionarios continuistas de la dictadura militar de los monopolios, pero se la aplica para dejar a los compañeros trabajadores en la calle. [...] Es contra ese derecho de represión que hemos enseñado en esta Facultad, y nos hemos alzado para demostrar que el derecho es una técnica social, al servicio de una clase social: la trabajadora”.
Antes de terminar su discurso, que era escuchado con la misma atención que sus clases, Ortega Peña reveló un dato que nadie esperaba. Contó que Taiana se había negado a participar de la pericia médica que los abogados de los presos políticos realizaron sobre los cuerpos de María Angélica Sabelli y Eduardo Capello, dos de los fusilados en Trelew. Hizo una breve pausa, casi imperceptible, pero ese silencio tuvo todo el peso de esa confidencia. “No era una autopsia lo que le pedimos, sino que simplemente diera testimonio como médico, de qué heridas observaba en los dos cuerpos. Y él mantuvo su negativa. Es esta posición de medias tintas, de estar y no estar, lo que condenamos severamente”, subrayó.
La salida traumática de la facultad no era un hecho aislado y tenía su raíz en la intensa y amplia actividad política que ambos habían empezado a desarrollar entre el ocaso de Lanusse y el gobierno de Cámpora.

La revista Militancia
La irritación del gobierno con Ortega Peña y Duhalde tenía su fundamento en las duras críticas que la dupla venía publicando en Militancia peronista para la liberación, desde el final de la primavera camporista.
El primer número apareció el 14 de junio de 1973, seis días antes de la masacre de Ezeiza. La tapa mostraba una foto del ministro de Economía, José Ber Gelbard, y del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci. El editorial de presentación fijaba posición y enviaba mensajes a todos los actores del momento: el gobierno, la conducción de las organizaciones, la militancia y el propio Perón.
“Hoy salimos a la calle como parte que somos del pueblo peronista militante, sumándonos a la defensa de la victoria lograda tras dieciocho años de dura lucha. Entendemos que hay una sola forma de garantizar el camino hacia la liberación nacional mediante el ejercicio diario de un peronismo sin concesiones, del cual MILITANCIA aspira a ser reflejo en el análisis crítico de la realidad nacional, desnudando a los sectores del coloniaje -siempre ubicuos y cambiantes de ropaje- que tratan de retardar e impedir el proceso argentino liberador.
”No nos asusta el ejercicio de la crítica, porque nos sabemos partícipes de esta experiencia definitiva de gobierno por parte del Movimiento Peronista, y callar situaciones que no se ajusten a los lineamientos revolucionarios fijados por nuestro conductor el General Perón y el compañero Presidente, implican engañarnos a nosotros mismos y trampear en definitiva al pueblo.
”Tampoco nos sonrojaremos ni vamos a escatimar el elogio de todas y cada una de las medidas que nos hagan avanzar en el camino hacia la toma definitiva del poder y la construcción de la Argentina Peronista, la Patria Socialista, porque estimamos indispensable que la auténtica prensa peronista vaya reconociendo en los compañeros gobernantes, a quiénes son fieles intérpretes del mandato popular.
”MILITANCIA, desde hoy, se propone dar testimonio del accionar del pueblo trabajador, que, desde abajo, avanzando en las propias instancias organizativas, en cada conflicto concreto va poniendo al desnudo la estructura de esta sociedad dependiente, dinamizando a cada instante y sin dar tregua, a los sectores del privilegio y a las burocracias cómplices.
”Los destinatarios de MILITANCIA serán entonces especialmente los cuadros militantes del Movimiento Peronista, y en ese intento de crear una publicación semanal que contribuya, como una herramienta más, al desarrollo de la guerra popular en la especial coyuntura política argentina, trataremos de ir superando con esfuerzo las limitaciones y deficiencias de toda prensa política popular, que en este caso se larga a la aventura de abandonar el mimeógrafo y su difusión en mano, para adquirir las formas externas de las revistas convencionales.
”Nuestro modelo permanente será el ejemplo de John William Cooke, que desde las páginas del semanario De Frente hasta la contrarrevolución fusiladora hizo suyo el pensamiento de Evita: ‘El peronismo será revolucionario, o no será’, enseñándonos que no hay mayor verticalidad y lealtad a nuestro líder que la exigencia permanente de profundizar la revolución peronista en marcha. LA DIRECCION.”
Luego de esta jura de cuño peronista, el primer número incluye un homenaje a los fusilados en la revolución del ’56, una conferencia de prensa conjunta de las FAR y Montoneros, una investigación sobre la masacre de Trelew, un informe sobre las posibilidades de una política económica en el nuevo escenario político y un anexo que describe los negocios de Gelbard bajo la dictadura de Lanusse.

El equipo
Cuando la revista era apenas un deseo, Ortega Peña recurrió a Tomás Eloy Martínez para que lo guiara en la aventura editorial. Martínez ya tenía algunos galones ganados como periodista. Había sido jefe de redacción de Primera Plana y director de Panorama, dos muy buenas revistas de actualidad de la época. Tuvieron algunas reuniones en el departamento del periodista en Santa Fe y Canning y allí, entre cafés y alguna picada, Martínez le sugirió algunos lineamientos generales.
Sin embargo, el producto final, a los ojos del escritor, dejó bastante que desear. “Era mala. Tenía títulos grandes y poco texto. No había investigación, todo era bajada de línea. La diagramación tampoco era buena. El Descamisado [la publicación oficial de Montoneros] era mucho mejor y apuntaba al mismo sector”, analiza Martínez, pero rescata: “Tenía una lectura de la historia y del momento político que la hacía valiosa. Además, en ese momento había avidez por conocer posiciones críticas, por encontrar otras formas de ver las cosas”.
El periodista tuvo oportunidad de darle su parecer a Ortega Peña.
-¿Y, qué te parece la revista?
-Yo la haría mejor...
-Vos sos un arrogante y si la harías mejor, vení y hacela vos.
-No me estás haciendo una oferta. Yo tengo que ganarme el pan y eso es trabajo para militantes.
Tomás Eloy Martínez estaba en lo correcto. Militancia era un trabajo para militantes. Su mujer de entonces, Blanca “Pinky” Gonçalves, buscaba un lugar para reflejar su compromiso “con ciertas ideas” que tenían que ver, en esencia, con la justicia social y el proceso de descolonización. En Militancia encontró un área de actividad y de trabajo, de mucho trabajo.
“Trabajamos todos en todo, como enanos, de una manera muy intensa”, describe Pinky. “El primer lugar en donde trabajamos fue en la calle Humberto Primo. Ellos habían alquilado una casa vieja, apenas subiendo Paseo Colón, a mano izquierda. Ahí empezamos a trabajar como podíamos. No teníamos absolutamente nada, ni un archivo, ni una foto, nada. Afanábamos todo, pedíamos a los amigos. No teníamos una gota de material.”
“Hacíamos la revista en un par de días y Rodolfo y Eduardo la escribían en uno o dos días. Rodolfo era terrible, cómo escribía de rápido. Se escuchaban las teclas golpear sin pausa, a los pedos...”, grafica Pinky.
Duhalde tiene bien presente esa épica de apuros: “En los primeros números tuvimos un muy buen diagramador, pero era un profesional que exigía que los artículos se los diéramos con alguna anterioridad y, además, quería pautas, es decir, ‘los artículos de tantas líneas’, etcétera. Nosotros escribíamos la revista, de los siete días, en dos. A veces, un día, una noche y la noche siguiente sin dormir, entonces no había posibilidad de cumplir con el diagramador. Así fue que la empezaron a diagramar y armar mis hermanos”.
El equipo se completó así con los hermanos Duhalde y con “las viejas”, según el mote cariñoso del equipo, Sara Jorge y Berta Sofovich, que venían del PC y habían fundado la editorial Lautaro. La mujer de Rodolfo, Marta, cerraba el elenco estable.
Pinky recuerda la cocina de Militancia como una fuente de satisfacciones pero también de decepciones. Como aquel día en que “Rodolfo entró como una tromba y anunció ‘en una hora hay que levantar todo porque nos ponen un caño’ y se fue y nosotras, las cuatro mujeres, tuvimos que levantar toda la revista.
Las viejas estaban recalientes porque nos había dejado solas”.
La idea era estar en la calle cada quince días pero el primer número “se agotó en 48 horas”, asegura Marcelo Duhalde, y el Pelado propuso sacar el segundo número a la semana siguiente, sin esperar la pauta fijada. En el número 38, el último que pudieron publicar, los editores declaraban una circulación de 40.000 ejemplares. Era una muy buena tirada, incluso para esos años en que el costo del papel y los cambios en los hábitos de lectura todavía no habían afectado la circulación de revistas (semanarios de gran difusión, como Noticias o Gente, hoy rondan los 50.000 ejemplares). Hay que tener en cuenta que a comienzos de los setenta se estimaba que cada ejemplar colocado de una publicación como Militancia era leído o comentado por al menos tres personas, lo que da una pauta de la influencia que podía ejercer.
“Consiguió tener un perfil y un público. Prácticamente se vendía el día que salía, la gente la buscaba y la esperaba”, se enorgullece Eduardo Luis Duhalde.
La revista se mudó después a un estudio jurídico de Sarmiento 1422, piso 4, oficina 1, hasta que un artefacto explosivo detonó el 9 de octubre de 1973, catorce días después del asesinato de Rucci y tres antes de que Perón asumiera la presidencia por tercera vez. Los directores publicaron en el número siguiente -el 18, del 11 de octubre- un recuadro con el título “Atentado a Militancia”, en el que responsabilizaban al “odio troglodita del macartismo” por la bomba y celebraban que nadie hubiera muerto. A pie del recuadro, una foto mostraba los destrozos y un facsímil con la carta que Perón les había enviado cuando volaron uno de sus estudios en febrero del ’72.
La revista era una provocación permanente y una tribuna política desde la que no dejaban de azuzar a los sectores más reaccionarios. El asesinato de Rogelio Coria, sindicalista que en su tiempo había pertenecido al sector más cercano a la dictadura de Onganía, le mereció un comentario que era un tiro por elevación contra la dirigencia gremial “ortodoxa”: “En las últimas horas de la tarde del viernes, a la salida del consultorio de un médico especializado en enfermedades venéreas, la acción de un grupo comando ponía fin a la existencia del ex secretario de la UOCRA, Rogelio Coria. Si Pedro Eugenio Aramburu fue un símbolo en vida, del gobernante represor y antipopular, Rogelio Coria integraba por derecho propio el más selecto elenco de los burócratas sindicales corruptos y cabezas de todas las traiciones a la clase obrera a lo largo de 18 años. [...] Era la hora de la verdad: Rogelio Coria cosechaba lo que sembró en vida”.
Los sindicatos ortodoxos no eran su único blanco, el gobierno recibía lo suyo número a número. El ministro Gelbard era un clásico de la revista y el canciller Alberto Vignes era otro que no se salvaba. A Gelbard le dedicaron la tapa del primer número y no pararon de machacar durante las casi cuarenta ediciones sobre el negociado en torno a la concesión de Aluar, que en parte pertenecía al ministro, y de publicar los intereses que “Don José” tenía repartidos en toda la economía argentina.
Cuando de Gelbard se trataba, no dejaban flanco sin atender: en el segundo número de la revista publicaron una crónica del casamiento de la hija del titular de Economía, Julia, con su prometido, Juan Pablo Warroquiers. Dijeron que la fiesta costo “20 millones de pesos ley”. Un departamento de un ambiente en Barrio Norte costaba 30.000 pesos.
Gelbard tenía otra mirada sobre las imputaciones que le dedicaba Militancia. En oportunidad de un almuerzo con el director del diario El Cronista Comercial, Rafael Perrota, el periodista que cubría la gestión del ministro, Alberto Dearriba, le preguntó si la planta de aluminio estaba construida sobre terrenos cedidos por el fisco y si recibía energía eléctrica subsidiada, como denunciaban los empresarios.
-Todo lo que dicen es verdad, pero ¿sabés por qué lo dicen? Porque esos incentivos siempre se los dieron a ellos. Y esta vez se los dieron a este ruso de mierda.
El periodista Rogelio García Lupo recuerda que “cuando nombraron canciller a Alberto Vignes, ellos publicaron una biografía de él, que era muy veraz, pero que generó mucha bronca. Eso fue una de las cosas pesadas que publicaron”. En la revista revelaron su juvenil adscripción a la organización fascistoide Legión Cívica Argentina y su vínculo con el yerno de López Rega y ex presidente provisional, Raúl Lastiri. La investigación de Militancia indicaba que Vignes, designado por Perón en reemplazo de Juan Carlos Puig, protegió y designó como diplomático en el Uruguay a Guillermo de la Plaza, un oscuro personaje que había sido interventor en Formosa durante la dictadura de Aramburu y colaborador de todos los gobiernos, democráticos y no democráticos. Todos estos datos ofuscaron en gran tono al gobierno del General.
Cuando apareció la foto de Isabel en la Antártida, vestida con el típico abrigo usado en las bases de la región y el epígrafe “De todos lados se vuelve, menos del ridículo. Juan Perón”, el entorno del presidente se indignó y pidió que tronara el escarmiento sobre Ortega y Duhalde, pero nada ocurrió.

“La cárcel del Pueblo”
Roberto Perdía tiene presente el impacto de Militancia en la organización Montoneros. “Ortega y Duhalde vivían de mordernos los tobillos. Nosotros y ellos sabíamos que estábamos en el mismo tren, pero sus críticas y su confrontación con Perón eran más fuertes. Militancia era un problema semanal: ‘¡Mirá lo que dicen estos tipos!’. Y había que salir a ver cómo se hacía. Porque no era un tema de superestructura.
Militancia tiraba 10.000 o 15.000 ejemplares, El Descamisado tiraba 70.000. No eran un grupito de intelectuales que discutían. Se peleaba por la militancia en serio.”
“Ellos tenían una inserción inmensamente menor. Tenían una fuerza de presión político-ideológica mucho más grande que la inserción social que tenían. Desde esa fuerza de presión político-ideológica accionaban desde la izquierda sobre nosotros. Nosotros teníamos incapacidad de dar respuesta en lo social. Nosotros decíamos ‘no rompan las pelotas, no jodan más; ya estamos apretados, cuanto más joden más nos aprietan’ y menor espacio teníamos para sostener la política”, lamenta Perdía.
Militancia tenía dos recursos editoriales para lanzar sus críticas lacerantes a personajes o instituciones públicas. Una era la “Ventana de la contrarrevolución” que servía para señalar a los socios del régimen, y la otra, aún más dura por su tratamiento, era “La cárcel del Pueblo” que mostraba al encarcelado junto a una foto de un chimpancé (pretendido gorila) tras las rejas. El título de la sección era, de por sí, una provocación. “Cárcel del Pueblo” era el nombre dado por el ERP a los lugares de detención de sus secuestrados.
Por la prisión de Ortega y Duhalde pasaron muchos dirigentes, pero el verdadero desfile de figuras con peso político se inició en el número 25, con la inclusión de Gelbard y los sucesivos encierros de López Rega (número 26), el ministro del Interior Benito Llambí (27), el ministro de Trabajo Otero (28) y Ricardo Balbín (29), es decir, medio gabinete de ministros y el jefe de la oposición.
Sin embargo, todos estos condenados siempre habían estado entre el “enemigo” y más allá del riesgo de enjuiciar en público a los funcionarios ungidos por Perón y protegidos por la derecha, la decisión estaba muy en línea con las posturas históricas de Ortega Peña y Duhalde. Para muchos, la sorpresa llegó cuando sentaron en el banquillo y sentenciaron al sacerdote tercermundista Carlos Mugica. El religioso había participado de proyectos financiados por el Ministerio de Bienestar Social.
Mugica era amigo personal de ambos y socio leal en infinidad de hechos y actos políticos. Ramiro, el hijo de Ortega Peña, recuerda al “cura rubio” como el amigo más íntimo y cercano a toda la familia, después de Eduardo Duhalde. Mugica no necesitaba avisar que iba a la casa de los Ortega Gómez. No obstante, fue sentenciado y enviado a “La cárcel del Pueblo” en el último número de la revista, publicado el 28 de marzo de 1974. El 11 de mayo de ese año, las tres A asesinaron a Mugica, aunque sin atribuirse el hecho. La presencia del “padre Carlos” en “la cárcel del Pueblo” de Militancia sería utilizada por órganos de la ultraderecha como El Caudillo y Cabildo para sembrar confusión sobre la autoría del crimen, adjudicándosela a grupos de izquierda.
Aquí se reproduce el “veredicto” que sorprendió a muchos lectores de Militancia: “Dos mil años de política terrena han enseñado mucho a la Iglesia Católica. Una institución que es la negación del democratismo interno, sin embargo comprendió hace muchos siglos, las ventajas de tolerar las distintas corrientes que se forman en su seno. A un ala conservadora y retrógrada se opone siempre un ala liberal y progresista. Una jerarquía pro-oligárquica convive con sacerdotes del pueblo. Están los curas humildes y silenciosos y están las estrellas publicitadas.
A esta última especie pertenece CARLOS MUGICA, super star. ”[...] siempre ha sido un movimientista nato. Como queriendo resumir en su persona todas las corrientes internas de la iglesia, trata de ser al mismo tiempo un conservador progresista, un oligarca popular, un cura humilde y bien publicitado, un revolucionario y defensor del Sistema. Y así le va con el resultado. ”Lo dicho no es una acusación gratuita. Con su defensa apasionada del celibato eclesiástico y del acatamiento sin protesta a la jerarquía, es tolerado por los preconciliares como un ‘muchacho’ rescatable. Su pertenencia al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, lo refiere a los sectores de avanzada. Su hábitat en el barrio norte y sus amistades le permiten no romper los lazos creados en su carácter de Mugica Echagüe. Su labor religiosa en la Villa Comunicaciones lo emparenta con el pueblo. Su condición de colaborador de Bernardo Neustad [sic] en la revista Extra, le abre las puertas de la contrarrevolución, avalado por su círculo de relaciones (aunque ha perdido algunos amigos como Hermes Quijada). Todo mezclado, como en el poema de Guillén.
”La Biblia y el calefón, diría Discépolo. Ayer una misa por Carlos Ramus, luego un responso a Bianculli guardaespaldas de la UOM y hoy un oficio religioso para Isabelita. (Siempre queda la excusa que la religión no hace distingos políticos, como si fuera el único cura de la aldea).
”Como si fuera un corcho, siempre flotando aunque cambie la corriente. Montonereando en el pasado reciente, lopezrregueando sin empacho después del 20 de junio, Carlitos Mugica, cruzado del oportunismo, ha devenido en: ¡depurador ideológico!
”[...] tiene la osadía de negar el aporte de una juventud que desde hace muchos años riega a diario con su sangre el suelo de nuestra patria, dándole el siguiente consejo de pavo infatuado: que ‘renuncie a buscar la revolución en los libros (con el peligro de morirse de un error de imprenta) y ascienda al pueblo asumiendo sus problemas reales’ (Mayoría, 19-III-1974).
”Por todo lo expuesto, quede Carlos Mugica preso en la Cárcel del Pueblo, aunque se quede sin asistir al casamiento de la hija de Llambí con Sergio Patrón Uriburu”.

Notas y secciones
En Militancia casi no había notas firmadas. Cruzando fuentes y el testimonio del staff, se pudo determinar que la sección “Semana política”, una suerte de análisis de coyuntura, la hacía Rolando Lagomarsino. Parte de los “Cuadernos de Base”, que se incluían como separata en los números ordinarios, eran factura del referente de la Columna Sabino Navarro, escindida de Montoneros, Ignacio Vélez. Los suplementos comenzaron a introducir conceptos teóricos del marxismo para evaluar la realidad social. Tenían un sentido ilustrativo y pedagógico. El “Manual del Oprimido”, sobre los mecanismos de la resistencia popular, lo escribía el abogado laboralista Héctor Recalde. El “Panorama Militar”, sobre las conspiraciones castrenses, llegaba por correo en forma anónima.
Mónica Peralta Ramos, socióloga y economista, colaboraba en las notas de fondo, al igual que la viuda de John William Cooke, Alicia Eguren. Duhalde precisa: “No firmábamos las notas, creo que hay una en la muerte de Mugica y tal vez otra cuando muere Salvador Allende, pero no muchas más, por la misma razón que nos había llevado a escribir asociados: para darle un carácter más colectivo a la escritura, que fuera menos patrimonio individual. Tal vez fue lo que llevó a que Militancia se diferenciara de otras revistas donde los directores firman hasta el sumario. No había división fija de tareas. Rodolfo hacía las ‘Cartas del Negro a Francisco’, muchos de los editoriales son míos, pero en última instancia esto carecía de importancia pues tenía que ver con la disposición de tiempo, con las ganas y con que de golpe estuviese uno u otro para cuando mis hermanos gritaban que les faltaba el comentario político, para poder cerrar el pliego”.
“Muchas veces las cartas de lectores las hacíamos nosotros, no porque no recibiéramos, sino porque había cosas que queríamos decir que eran demasiado fuertes o la crítica demasiado cercana a sectores muy precisos; por eso preferíamos introducirla por un tercero”, recuerda Duhalde. “Después, ya en el exilio, como doscientos tipos me dijeron: ‘Te acordás, yo trabajaba en Militancia’ y puede ser; a lo mejor mandaron una carta o enviaron información. Cuando la revista tuvo cierta presencia y un carácter de denuncia, era mucho el material que recibíamos. A veces, al mirarlo sabíamos de dónde venía, si era serio lo que decía o no; otras, no nos quedaba tan claro. Por eso hay mucha gente que se atribuye haber trabajado en nuestra revista.”
Tan bajo era el perfil de Ortega Peña y Duhalde en los inicios del proyecto, que en los primeros números aparecían como directores los hermanos de este último. “Carlos María y Marcelo firmaron los tres primeros números porque, desde el principio, la idea era despersonalizar un poco la revista, separarla de nuestra figura. Pero después de tres números, viene Ezeiza y la cosa se puso tan pesada que con Ortega evaluamos que les estábamos haciendo correr un excesivo riesgo, entonces empezamos a aparecer nosotros como directores”, relata Eduardo Luis Duhalde. “Después de que sacamos el segundo número se produce el retorno de Perón el 20 de junio y la masacre de Ezeiza. Salimos muy fuertes en el número 3, enfrentando a López Rega, Osinde y toda la estructura. Es ahí cuando decidimos con Ortega Peña figurar como directores, porque pensábamos que teníamos más espaldas para aguantar la respuesta represiva que Carlos y Marcelo.”
De esas pocas notas firmadas, una es la crónica del reconocimiento de los cuerpos de Fernando Abal Medina y Carlos Ramus, caídos después del secuestro de Aramburu. El texto tiene el tono de época, todavía vigente en la nueva crónica de la no ficción que inaugurara Walsh con Operación Masacre y que continuara años después Truman Capote con A sangre fría.
“Eran las primeras horas de la mañana del 8 de septiembre.
El tibio sol que entraba por las ventanillas del auto no lograba hacernos entrar en calor. Íbamos callados y a altísima velocidad, a pesar que daba lo mismo llegar media hora más tarde.
”Camino al Instituto de Cirugía de Haedo, en la Comisaría de Hurlingham nos habían dado el visto bueno: se podía finalmente reconocer los cuerpos antes de la autopsia. No había duda, sabíamos que eran ellos, pero era necesaria la convicción de la propia certeza. Así y todo parecía un hecho imposible (con el correr del tiempo, el gesto repetido de quienes fueron nuestros amigos y compañeros, acribillados por la metralla represiva, haría a la muerte un elemento integrado a la vida de todo militante peronista).
”Tras eludir la presencia periodística, entramos en el Hospital. Fuimos recibidos por el tristemente célebre subcomisario Sandoval. El silencio era tenso. La madre de Carlos Gustavo y el hermano de Fernando, nosotros los abogados.
En un cuarto que hace de morgue -no hay cámara fría- dos camillas colocadas en ele, cubiertas por sendas sábanas. Debajo, Fernando Luis Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, argentinos, solteros, estudiantes de 22 años de edad. Pero mucho más que ello: dos jefes montoneros, dos combatientes peronistas, dos argentinos que habían tenido su cita con la historia.
El llanto silencioso de una madre y frente a nosotros, Fernando y Carlos. Parecía mentira el cambio operado en tan pocos meses de combate y clandestinidad: la expresión de sus caras, que habían abandonado los últimos rasgos aniñados por una madurez serena.”
La nota salió publicada en el número 13, del 6 de septiembre de 1973, con el título “La morgue del Instituto de Cirugía de Haedo”, con un acápite de Zito Lema que dice “Hasta que mis amigos no mueran no hablaré de la muerte”.

El Mundo
Durante la apertura democrática de comienzos de 1973, el PRT-ERP había decidido editar un diario “orientado hacia las organizaciones sociales y el movimiento obrero antiburocrático”, según describe el abogado y periodista Manuel Gaggero, uno de los fundadores de la publicación. “Lo comentamos con Tosco, y le pareció buena la idea. En el grupo editorial estaban Luis Cerruti Costa (ex ministro de Trabajo de Lonardi y abogado de la Federación Gráfica), Miguel Ramondetti (el cura obrero), Alicia Eguren y otros.”
El diario saldría como vespertino, ya que se buscaba un público mayoritariamente obrero, y con una línea editorial que no estaba formalmente identificada con el PRT-ERP sino más amplia, similar a la del conjunto de fuerzas del Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) impulsado por la organización. En lugar de crear un nuevo título, se decidió comprar los derechos de El Mundo, tradicional diario porteño que había quebrado y dejado de aparecer en tiempos de Onganía.
“Una de las primeras decisiones fue armar un consejo político- editorial que se integró con Ortega Peña, Duhalde, Tosco, Armando Jaime (dirigente de la CGT de Salta y una destacada figura del FAS), Raúl Aragón y Eguren. La idea era que este consejo se reuniera periódicamente pero la dinámica del momento lo dificultaba. Había muchas reuniones al mismo tiempo. En el caso de Rodolfo y Eduardo tenían además Militancia”, refiere Gaggero, el segundo director de El Mundo.
Las principales discusiones del consejo giraban en torno a la relación con el gobierno. Gaggero revela que “Rodolfo y Eduardo eran duros, no eran de transigir, pero estaban en el peronismo. Tenían diferencias con la posición del ERP de no atacar al gobierno popular pero sí atacar al Ejército. De todos modos, ellos ‘bancaban’ las acciones, más allá de que tuvieran objeciones”.
“Nosotros colaborábamos mucho con Militancia, había una relación de intercambio, les pasábamos fotos y les permitíamos acceder a todo el archivo fotográfico. El diario tenía una cuota de papel que asignaba el gobierno a todos los diarios y cuando ellos necesitaban papel se lo aportábamos.
También les dábamos el acceso al teletipo, que estaba conectado a Télam y a las agencias internacionales”, menciona Gaggero.
Además de El Mundo, el PRT editaba El Combatiente y el ERP, Estrella Roja en forma clandestina. De acuerdo con los números que maneja Gaggero, en su mejor momento, el diario tiró “150.000 ejemplares, pero era una época en la que Crónica vendía 800.000 ejemplares y La Razón, 300.000. Éramos, de los diarios vespertinos, el tercero”. Un decreto presidencial, firmado por Perón en el marco de la ilegalización del PRT-ERP, ordenó su clausura. El Mundo dejó de aparecer el 14 de marzo de 1974.
Ortega Peña presentó amparos en la Justicia y realizó gestiones ante las dependencias oficiales que manejaban los medios. Nada resultó; El Mundo no volvería a las calles.

Aportes y recursos
La financiación de la revista Militancia se aseguraba gracias a los aportes de Diego Muñiz Barreto, dueño de una gran fortuna personal, las contribuciones que arrimaba el abogado del Peronismo de Base (PB) Osvaldo Acosta y los desembolsos del PRT.
Tomás Eloy Martínez donó el producido de las tres primeras ediciones de La pasión según Trelew, su crónica de la resistencia popular tras la masacre de los dieciséis militantes.
El periodista precisa que “el libro salió en septiembre de 1973 y vendió muy bien. Lo había editado Juan Granica, que después se asustó mucho y se fue al exilio. Ellos (Ortega Peña y Duhalde) me habían ayudado mucho con el libro, me habían acompañado a ver a los familiares de los muertos”.
Duhalde recalca que Militancia “nunca tuvo una fuente directa de financiación, prácticamente no tenía otros gastos que los de impresión. Se sostenía con la venta y cada vez que había un desfase económico lo salvábamos con una ayuda del PRT, algún empresario amigo, otras veces gente del PB y nosotros que poníamos el esfuerzo gratuito en cada edición”.
Enrique Gorriarán Merlo, miembro de la conducción del ERP, confirmó que “el PRT financió Militancia. Le dábamos mucha importancia a la revista porque ejercía presión en el sentido de la unidad. Iba en nuestro sentido. Nunca los condicionamos en la línea. Como había coincidencia estratégica conversábamos a menudo”.
“A veces”, agrega Duhalde, “levantábamos de los diarios avisos oficiales y los poníamos para dar la sensación de que desde el gobierno no se nos consideraba fuera del sistema, no era para engañar al gobierno pero sí a los grupos de la derecha peronista. Los otros avisos eran gratis, incluso los de Eudeba. Lo que sucedía era que a pesar de que la revista tenía mucha venta, la gente no ponía los avisos ni gratis”.
El director general de Eudeba en aquel entonces era Rogelio García Lupo, quien recuerda muy bien el impacto de los avisos de la editorial universitaria publicados en la revista de Ortega Peña y Duhalde. “Con Militancia tuvimos un problema cuando se hizo el ‘Premio Scalabrini Ortiz de Ensayo’.
Eudeba había publicado avisos en Clarín y Crisis, y Rodolfo publicó el aviso en Militancia y no nos consultó nada. Pensó que era una forma de contribuir, también una forma de cubrirse... Pero nos generó algunos problemas con las auditorías de la UBA, porque pensaban que estábamos dilapidando el dinero que no teníamos”, explica.
Militancia tenía una gran capacidad para dejar en ridículo al poder, aunque a menudo el poder era el gran responsable de su ridículo. En la “Ventana a la contrarrevolución” del número 33, del 31 de enero de 1974, los directores se mofan de un comunicado de la Secretaría de Prensa de la Presidencia difundido poco después del ataque del ERP al Regimiento de Azul, que atribuía la operación guerrillera a la acción de “drogadictos”.
Después de frotarse las manos, el autor del suelto (Ortega, Duhalde o ambos) dispara: “Tamaña orfandad política y desprecio a nuestro pueblo es inadmisible. Explicar la concepción del Ejército Revolucionario del Pueblo, o de cualquier otro grupo político, por la acción farmacológica (por muy en contra que se esté del mismo) indica, en el mejor de los casos, ignorancia o debilidad. Y, lo peor, explicar que se tomó el cuartel, porque un grupo de ‘hippies’, luego de ‘fumarse’, se miraron entre sí, con la mirada perdida por las drogas y se dijeron: ‘¿Qué te parece, loco, si tomamos el cuartel de Azul?’, ‘Y, dale, vamos’, es una afrenta a la conciencia política de los argentinos. A tamaño esfuerzo imaginativo, proponemos las siguientes explicaciones para otros procederes. A) Los de la CIA son malos porque mascan chicles. B) Los chinos son amarillos porque comen arroz con azafrán. C) Bidegain es un ‘traidor’ porque toma vodka”.

La batalla dentro del movimiento
En el número 6, que siguió a la renuncia de Cámpora, en el editorial advierten que “la burocracia traidora avanzó porque los sectores revolucionarios del movimiento cedieron posiciones y abandonaron sus consignas en aras de una mal entendida verticalidad”.
“Hoy, si se persiste en el error de no comprender que en esta instancia el meridiano de la Guerra Popular pasa por la batalla dentro del Movimiento, y nos limitamos a esperar que el propio General Perón frene la contrarrevolución en marcha, continuaremos desandando el camino hacia la construcción del socialismo nacional”, rematan en negrita.
La batalla dentro del movimiento no era solo contra la derecha. En octubre de 1973, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, a cargo del coronel Jaime Cesio, coordinó con la Juventud Peronista y el gobernador bonaerense Oscar Bidegain, una actividad cívico-militar que denominaron “Operativo Dorrego”. Las maniobras involucraron a cinco mil efectivos y a unos ochocientos militantes juveniles en tareas de reparación de daños provocados por inundaciones, en el centro-oeste de la provincia de Buenos Aires. El cierre fue a todo tambor, con las columnas juveniles desfilando como milicias populares junto a los efectivos castrenses. Uno de los jefes militares a cargo de las maniobras era Albano Eduardo Harguindeguy, más tarde ministro del Interior de Videla.
Militancia arremetió: “El hecho de referencia no aporta sino oscuridad al proceso político argentino, porque el ejército represor, el ejército guardia pretoriana del sistema, el ejército que se adueñó del país en 1966 y nos impuso la dictadura más agobiante que hemos vivido, no ha cambiado. Esos mismos militares son los que llevan a cabo el Operativo Dorrego. ¿Pueden haber cambiado?”.
El análisis apuntaba entonces contra la cúpula directiva de la Tendencia. “Hubiera sido más que interesante y correcto, que en torno a la propuesta del Operativo Dorrego se hubiere abierto ampliamente la discusión en las bases de la Juventud Peronista para definir su participación. Creemos que las conclusiones hubieran sido interesantes porque a veces las perspectivas desde la superestructura política y desde abajo suelen ser diferentes.”
La vía de la crítica tomaba diversas formas en Militancia.
La revista se metía con tabúes de la época para provocar y hacer reflexionar a sus lectores. Uno de estos recursos era “Tendencio”, un dibujo de trazos simples, con mate en la mano, que se mofaba de las taras de la izquierda peronista y atacaba a personajes con nombre y apellido. En una de las tiras, Tendencio se encuentra con un caco de antifaz, ganzúa y bolsa al hombro, y le dice: “No sé por qué usted me hace acordar a José Gelbard”. En otra, un pirata con parche, pata de palo y escopeta le comenta a Tendencio: “¿Cómo adivinó que estoy en el Ministerio del Pueblo?”, en obvia referencia al Ministerio de Bienestar Social dirigido por López Rega.
El dibujito irritó a tal punto, que en el número 11 aclararon que “Tendencio hizo su aparición en Militancia hace tres números. De inmediato, aquellos que carecen del sentido del humor, o lo que es peor, prefieren negar la verdad cruda de la realidad política, lo hicieron objeto de las más duras críticas. Fue cuando Tendencio exclamó orgulloso: ‘Yo también estoy cuestionado’. Y como Militancia no es ‘presionable’, Tendencio sigue en sus páginas”.
“Evidentemente desarrollamos criterios periodísticos o los aplicamos de alguna manera, que fueron buenos, porque la revista tenía mucho éxito. Montoneros llegó a prohibirles a sus militantes la lectura, lo cual nos aseguró que todos la leyeran. Hacerla, no dejaba de ser una aventura”, evalúa Duhalde con una sonrisa.

La ruptura del Grupo de los Ocho
Para entonces, las líneas de fractura entre Perón y la Tendencia se venían ensanchando. Los motivos de la ruptura quedaron claramente planteados en la reunión que once diputados de la Juventud Peronista mantuvieron el 22 de enero de 1974 con Perón en Olivos. Los legisladores tenían miedo de que las modificaciones al Código Penal, en los artículos referidos a la asociación ilícita y la configuración del delito, se aplicaran contra sus militantes.
La Asociación Gremial de Abogados también rechazaba esa reforma. En enero de 1974 emitió un comunicado en el que sostuvo que “el proyecto prevé un aumento exagerado de las penas, crea figuras de contenido ideológico represivo político- social, sugestivamente idénticas a las creadas por la dictadura militar y que fueron derogadas el 27 de mayo de 1973”.
La entidad subrayó que la iniciativa oficial no avanzaba sobre la penalización de delitos como “el acaparamiento de artículos de consumo de primera necesidad e insumos especiales o el vaciamiento de empresas”.
El General maltrató bastante a los diputados de la JP que lo fueron a ver y les dejó en claro que, efectivamente, las reformas apuntaban contra las organizaciones y sus cuadros.
Para colmo, los jóvenes llegaron a Olivos apenas tres días después del sangriento ataque del ERP al Regimiento de Azul.
Perón, acompañado de López Rega y Raúl Lastiri, los recibió sin amabilidades: -Muy bien, señores, ustedes pidieron hablar conmigo.
Los escucho, de qué se trata...
El convite lo aceptó el diputado Rodolfo Vittar. Primero le aclaró al General que había sacado “un comunicado” de repudio al ataque al cuartel de Azul y luego planteó algunas “dudas”, sin entrar en precisiones, sobre las modificaciones al Código. Perón rechazó la objeción general y reclamó que la discusión se diera en el bloque y que no se insistiera más en la “configuración del delito”, porque determinar un delito era tarea del juez y no del Ejecutivo o del Congreso.
-General... en relación a esta figura de asociación ilícita, nosotros pensamos que la justificación que se hace en el proyecto es excesivamente ambigua: están desdibujados los contornos de la figura penal y permitir incluir dentro de este tipo de asociación ilícita un sinnúmero de situaciones -se animó un diputado.
-Todo aquel que se asocie con fines ilícitos configura el delito [...]. Toda esta discusión debe hacerse en el bloque y cuando el mismo decida por votación lo que fuere, ésta debe ser palabra santa para todos los que forman parte de él, de lo contrario, se van del bloque. Esa es la solución. [...] El que no está de acuerdo se va. Por perder un voto no nos vamos a poner tristes. Pero aquí debe haber una disciplina y si ésta se pierde, estamos perdidos.
Los diputados de la Tendencia no cometieron un solo exabrupto en los cincuenta minutos que duró la reunión. Por el contrario, se cansaron de ratificarle a Perón, con frases grandilocuentes del tipo “somos peronistas y no otra cosa”, que se cuadraban a lo que dispusiera el movimiento. Pese a la docilidad de los muchachos, Perón volvió a golpear: -Nosotros, desgraciadamente, tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley ya lo habríamos terminado en una semana. [...] Ahora la decisión es muy simple, hemos pedido esta ley al Congreso para que éste nos dé el derecho de sancionar fuerte a esta clase de delincuentes. Si no tenemos la ley, el camino será otro y les aseguro que puestos a enfrentar la violencia con la violencia, nosotros tenemos más medios posibles para aplastarla y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes.
Esa claridad meridiana de Perón era anticipatoria: tuvo la ley y también tuvo, por acción u omisión, fuerzas que enfrentaron la violencia con más violencia.
En esos días, comenzaba la “depuración” en todo el país.
La renuncia del Grupo de los Ocho a sus bancas de diputados siguió a la dimisión forzada del gobernador bonaerense Oscar Bidegain. A fines de febrero de 1974, vino el golpe policial encabezado por Domingo Antonio Navarro que depuso a Ricardo Obregón Cano y Atilio López en Córdoba. Todos estos hechos anticipaban el quiebre definitivo, que llegó el 1º de Mayo, cuando Perón los llamó “estúpidos” y les zampó: “Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon”. La plaza histórica quedó medio vacía en pocos minutos. Los manifestantes cantaban, mientras se retiraban: “Aserrín, aserrán, es el pueblo que se va”. Diez días después, la Triple A daba un nuevo salto en su ronda de muerte, con el asesinato del sacerdote Carlos Mugica. Tres meses más tarde, la escalada iría en aumento con el crimen de Ortega Peña.
Roberto Perdía explica el complicado vínculo entre la juventud y su líder: “La decisión de la conducción (de Montoneros) era tratar de evitar el enfrentamiento directo. La idea era que no fuéramos nosotros los que confrontábamos con Perón, sino que Perón confrontara con el programa del Frejuli. Entonces intentábamos plantear la política del programa del Frejuli y que ahí estallaran las contradicciones. Ese fue el marco de la convocatoria a la plaza del 1º de Mayo. Pero Perón buscaba agudizar la confrontación con nosotros, no con la política del programa. Esas fueron las jugadas, la fintas de esos meses. Nosotros tratábamos de sacar el cuerpo y Perón nos ponía en el medio para pegarnos”.
En lo que hace a la dinámica parlamentaria, el secretario legislativo de la fracción de la JP, Ernesto Jauretche, puntualiza que “el bloque era bastante más amplio que ocho. Contando los aliados, eran como veinte o veinticinco diputados. En aquella época había una conflictividad y un marco de alianzas que nos permitía una participación decisiva dentro del bloque.
”La Juventud Peronista venía de una experiencia de lucha más reivindicativa que política. Tenía una experiencia de resistencia convertida en pocos meses en una necesidad de construcción política. Venía de querer romper todo y de repente había que construir.
”Las primeras dificultades de la JP empezaron en el bloque. La batalla era claramente política y tenía que ver con las libertades individuales y la defensa de los derechos históricos como de protesta o de huelga, que se habían empezado a reglamentar como parte del Pacto Social. Ahí era donde se producían las diferencias. En el bloque estábamos dispuestos a negociar pero Perón ya no quería negociar con nosotros. La confrontación fue directamente con el General... Cuando llegó Ortega Peña, el bloque del PJ estaba definitivamente en manos de la derecha”.

De Frente
En marzo de 1974, cuando Ortega Peña juró como diputado nacional, la ofensiva del gobierno sobre las publicaciones del peronismo revolucionario venía cobrando víctimas.
Una de sus primeras acciones como legislador fue solicitar un pedido de informes al Poder Ejecutivo sobre las clausuras decretadas contra El Descamisado y Militancia. “La burocracia política-sindical quiere acallarla”, se quejaba el último editorial de la revista de Ortega y Duhalde.
Sólo un mes les llevó tener en la calle una publicación en reemplazo de Militancia. El nombre elegido retomaba el del periódico que John William Cooke había editado en 1954: De Frente. No era la continuidad de esa revista, pero significaba a la vez un homenaje y la adscripción al sincretismo que el “Gordo” Cooke había realizado entre marxismo y peronismo. En todo caso, la nueva De Frente hacía honor a su tradición combativa.
“Esta es una revista para la militancia y las bases. Y porque de ellas intenta ser vocero, se define de frente: antiimperialista, anticapitalista y antiburocrática. Con las bases, con el pueblo, por la construcción de una nueva sociedad sin opresores y oprimidos, como gustaba definirse Cooke. Así comenzamos a entendernos”, dice el último párrafo del editorial de apertura. Nada se menciona sobre el cierre de Militancia.
Ortega Peña y Duhalde habían comenzado a reivindicar la figura de Cooke poco antes. En 1973, en el prólogo para la reedición de Apuntes para la militancia, un documento fundamental del fundador de Acción Revolucionaria Peronista, reafirmaban la validez del análisis marxista para entender la historia argentina y el peronismo. Allí señalaban: “Cooke tiene en claro que el peronismo tiene origen en el reconocimiento de que el propio peronismo es un encuadramiento de las fuerzas populares vertebrado en torno a la clase trabajadora. [...] John Cooke no rehúye desde ya, sino que asume, un análisis clasista del peronismo, del cual surge que éste es el nombre político del proletariado, en la semicolonia que es la Argentina. [...] El peronismo está en actitud de toma del poder, puede ser integrado al sistema en función de aquella doctrina coyuntural como maniobra neo-colonial, o puede formular su propia autoconciencia revolucionaria a través de una teoría en la cual explicite que el poder no va a ser regalado por cuanto el neocolonialismo no se suicida.”
En el primer número de De Frente, la crisis con Perón es indudable. La edición arranca con una nota titulada “Sin diálogo posible”. Tras establecer un contraste irónico con la Asamblea Legislativa del 25 de mayo de 1973, califica el mensaje de Perón del 1º de mayo de 1974 en el Congreso como “un discurso sin mayor relevancia” y se concentra en narrar el abandono de la plaza como figura y metáfora de la ruptura política con el General.
Los anuncios de un posible atentado contra Ortega eran cada vez más frecuentes. Los amigos le habían acercado un chaleco antibalas de plástico rígido, que jamás usó, y una custodia improvisada de cuatro compañeros que duró apenas una tarde. El Pelado se resistía a cualquier operativo. En términos de su amigo Duhalde, para las medidas de seguridad era “un desastre”.
Pese a todo, se procuraba alguna protección. El radical Hipólito Solari Yrigoyen había recibido un sobre de la Triple A con una lista de nombres que incluía el suyo, el de Ortega Peña, el de Héctor Sandler y otros. “Sobre este tema hablamos un día y el Pelado me preguntó qué iba a hacer, y le contesté que no iba a hacer nada porque no tenía sentido hacer la denuncia. Entonces él se abrió el saco y me mostró la pistola que tenía en la sobaquera. Yo le dije: ‘No te va a servir de nada’, y él aseguró: ‘Voy a morir peleando’”, recuerda el dirigente radical.
Un día antes del asesinato de Ortega Peña, los hermanos Duhalde y su asistente en el Congreso, Haroldo Logiurato, lo citaron en un bar para hablar claramente de su seguridad y las medidas a tomar. Eduardo Luis Duhalde tomó la iniciativa.
-Rodolfo, estuvimos pensando que habría que reforzar tu seguridad.
-¿Y en qué pensaron? -preguntó el Pelado con media sonrisa.
-Conseguir un departamento frente al Congreso para evitar que te sigan, que uses algún tipo de disfraz, gorras...
-Muchachos, les agradezco en el alma la preocupación, pero no va a pasar nada, así que déjense de joder...
-No es joda, Rodolfo, van a atentar contra vos en cualquier momento. Ya lo intentaron y zafaste de casualidad.
Tenés que entender que no es joda.
-Ustedes tienen que entender que nos quieren empujar a la ilegalidad. No voy a renunciar a la banca, no les voy a hacer el juego. Retroceder es autoderrotarnos. Cada uno debe estar a la altura de sus responsabilidades y si me matan no es lo más grave que me pueda pasar. La muerte no duele.
Ortega Peña casi nunca dejaba margen para retrucar y esta no fue la excepción. La preocupación se había convertido en angustia cuando poco después del asesinato de Mugica, el ministro de Justicia, Antonio Benítez, los convocó a una misteriosa reunión clandestina en una casa particular en el Gran Buenos Aires. Por supuesto, concurrieron.
“El asunto era que estaba muy apesadumbrado porque López Rega le había presentado a Perón un ‘Plan de Eliminación del Enemigo’, en Olivos, con diapositivas de los posibles blancos, entre los que estábamos Ortega y yo”, reconstruye Duhalde. “Perón lo había escuchado y había guardado silencio. Benítez estaba muy asustado de que nos mataran a nosotros, de que se eligiese ese camino y de qué interpretación iba a hacerse de ese silencio de Perón. El silencio podía ser ‘el que calla, otorga’ o una luz verde. Fue la primera señal que tuvimos de que se estaba organizando una especie de represión ilegal.”
La Triple A estaba en formación.

Los amores
En paralelo a la espiral de acontecimientos públicos -retorno definitivo de Perón, ruptura de Montoneros con el gobierno, avanzada del poder lopezrreguista-, Ortega Peña vive otras revoluciones en su vida. A fines del ’72, Helena Villagra, una joven abogada, elegante y muy bonita, llega al grupo y prenda a Rodolfo. Empiezan a salir y en marzo de 1973 se comprometen con un intercambio de alianzas. Se casarían luego en Bolivia, en un viaje relámpago.
Cuando se separa de Marta, se muda al departamento de Helena en Paraguay al 1100, frente a la plaza Libertad. La separación no fue sencilla y aún se tejen anécdotas sobre la forma en que la relación llegó a su fin, pero pertenecen a la intimidad de la familia Ortega Gómez. Los allegados a la pareja afirman que Marta, hasta su muerte, no dejó de amar a su marido. Sin embargo, jamás involucró a nadie ni ventiló ningún detalle de la separación ni ante sus amigas más cercanas.
Ortega tenía un sentido dionisíaco de la vida, que a menudo chocaba con las convenciones pero divertía a todos, o a casi todos. Su humor era zumbón y muy mordaz. El Pelado nunca perdonaba ante la posibilidad de hacer una buena broma. El summum tuvo lugar cuando detectó a una joven y muy bella legisladora entrar a un albergue transitorio con uno de los más famosos jefes guerrilleros. Fue a un almacén, compró arroz y esperó cerca de dos horas a los amantes. Cuando por fin salieron los recibió al grito de “¡Vivan los novios, vivan los novios!”, mientras los rociaba de granos y se desternillaba de risa.
Por esos agitados días del ’74, su novia de juventud, Graciela Espeche Gil, volvió por unos días a la Argentina a visitar a su madre. Tomás Saraví, un amigo en común, organizó un almuerzo. Se encontraron en un restaurante del Bajo.
Hablaron toda la tarde. Rodolfo le contó que se había separado de Marta pero no hizo mención de Helena. Se pusieron al día después de tantos años transcurridos.
“Fue un almuerzo medio secreto, porque él ya estaba cuidándose un poco. Todo era medio misterioso, como escondido”, recuerda Graciela. En esa ocasión, ella se encontró con un hombre al que “le había crecido la barriga y había perdido casi todo el pelo, pero su sentido del humor seguía intacto”.
Se fue haciendo de noche y Tomás comprendió que estaba de más. De pronto se fue, casi sin que lo notaran.
Rodolfo se ofreció a acompañar a Graciela hasta su casa en Montevideo al 1500. Cuando cruzaban la plaza Vicente López y Planes, él sintió que la oscuridad era propicia, la tomó del brazo, la giró y quiso besarla. “Fue un clinch de boxeo, sumamente apasionado, del que me tuve que defender porque en ese momento estaba felizmente casada, con dos hijos... él comprendió”, suspira.
En ese breve, tierno, intenso forcejeo, a Graciela se le cayeron los aros. Dos bolitas de oro, biseladas, opacas, de esas que se afirman al lóbulo con broche a presión. Aún las conserva.
Las guarda en el alhajero que tiene en la cómoda, en la habitación de su casa, en Colombia. Rodolfo los recogió.
Ella volvió a colocárselos. La acompañó hasta la puerta del edificio y se despidieron. Fue la última vez que se vieron.

El último a la izquierda
“Era un hinchapelota profesional”, caracteriza el cuatro veces diputado y por entonces joven dirigente radical Marcelo Stubrin. A la llegada de Ortega al Congreso, era empleado del bloque de la UCR. “Pedía la palabra, se metía, molestaba, era un tipo muy activo y de una inteligencia única”, resume Stubrin.
El cronista parlamentario de La Opinión Eduardo Paredes, menciona que no recuerda “hombre más culto y talentoso en la izquierda peronista”. Destaca: “Era muy irónico y no se repetía nunca. Cuando tomaba la palabra, sus fundamentos eran políticos, no técnicos. Tenía un gran coraje para meterse en aquella cámara con un treinta por ciento de diputados de extracción sindical”.
“Tenía una voz fuerte y ronca, y a menudo soltaba unos ‘¡de ninguna manera!’ alargando las i”, relata Paredes y rememora, un poco nostálgico: “Era una de las mejores fuentes de información del Congreso”.
En su primera intervención, el mismo día de su jura, el 14 de marzo, anticipó su voto negativo a la Ley Universitaria que, a instancias del oficialismo, buscaba un control más estricto de las universidades, en manos de movimientos progresistas y revolucionarios. Para el novel legislador, el proyecto “mantiene la concepción insular de la universidad aportada negativamente por la oligarquía” y “no se plantea problemas decisivos que deberían traducirse en el proyecto, referidos a la vinculación [de la universidad] con las empresas multinacionales y al problema del know-how en el ámbito universitario”.
La segunda intervención, esa misma tarde, fue para corregir a un diputado que se había equivocado en un dato histórico, el nombre del fundador de la Universidad de La Plata, que no fue Joaquín V. González sino Rafael Hernández, hermano del autor del Martín Fierro. En la misma sesión se va a referir a Ramón Falcón, “héroe” de la policía, como el “Margaride de aquella época”. Es decir, Ortega Peña surgía en toda su expresión.
Desde la última hilera de bancas, en la izquierda ideológica y física del cuerpo, Ortega Peña no pararía de presentar proyectos de ley de corte económico, de resoluciones con reivindicaciones históricas nacionalistas y otros pidiendo informes al Poder Ejecutivo sobre cualquier procedimiento irregular o represivo. Su labor como parlamentario duró apenas cuatro meses y medio.
En la última etapa, Rodolfo se empieza a plantear la posibilidad de obtener un sostén político mayor que el del Peronismo de Base, que no compartía ningún proyecto superestructural. El PB había comenzado a constituirse como corriente después del Cordobazo. Seguía la estrategia gramsciana de “poder popular”, interpretándola en el sentido de que el poder no se conquista sino que se construye día a día. La conducción nacional estaba integrada, entre otros, por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro, y Jorge Di Pasquale y Alfredo Ferrarese, ambos del Sindicato de Empleados de Farmacia. Tenía una inserción importante en Córdoba, Rosario, Tucumán y Capital Federal.
Duhalde puntualiza: “Empezamos a discutir la posibilidad de fusionarnos con las FAP, el PB, Alicia Eguren y otros, pero esto se rompe con la muerte de Rodolfo, porque todo esto estaba muy pivoteado sobre él y su trabajo en el Parlamento. Estábamos en la etapa de construir un dirigente nacional...”.
González Gartland aporta que comenzaron “a pensar en la construcción del Partido Revolucionario de los Obreros Argentinos (PROA) desde la renuncia de Cámpora, aunque estaba en germen desde antes de su caída. Pero las condiciones para su lanzamiento se dieron cuando Rodolfo llegó a la Cámara de Diputados”.
Simultáneamente, Ortega Peña recibió una propuesta para incorporarse a la conducción del PRT. Gorriarán Merlo confirmó a los autores que “en una reunión con Benito Urteaga y Mario Santucho, poco antes de su asesinato, Rodolfo planteó la conveniencia de no sumarse al ERP para mantener su condición de independiente. No tenía, estaba claro, qué hacer con su banca”.
Ortega Peña se convertiría definitivamente en un blanco móvil luego de hablar en un acto convocado en repudio del asesinato de tres militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en Pacheco. Una patota de quince hombres había irrumpido el miércoles 29 de mayo de 1974 en un local partidario para llevarse a Oscar Meza, Mario Zidda y Antonio Moses. Tenían entre 22 y 27 años. Aparecieron al día siguiente, acribillados a balazos en un descampado de Pilar. La fecha elegida para el ataque era relevante: se cumplían cinco años del Cordobazo.
Entrevistado por el periódico Avanzada Socialista, Ortega Peña propuso “la tenencia de armamento de guerra para todos los sectores populares, para poder generar su autodefensa” y denunció la “incapacidad o complicidad del Ministerio del Interior”.
El repudio a la “masacre de Pacheco” fue amplio. El Peronismo de Base, el radicalismo y toda la izquierda responsabilizaron al gobierno por los crímenes. Había mucha bronca. No eran las primeras víctimas y se trataba de obreros jóvenes muy queridos en la fábrica y el barrio. Desde el balcón del local central del PST, en la calle 24 de Noviembre de la Capital, Ortega individualizó: “Señalo al responsable directo de esta política... que ha abandonado las pautas programáticas, que ha dejado de ser peronista y que es el general Perón”.

Las notas al pie que aparecen en el libro fueron suprimidas para facilitar la lectura en este medio.